El debate sobre la situación de los presos políticos volvió a estallar en Marruecos a principios de este año. Fue a raíz de la aparición de un libro, en París, sobre uno de los episodios más oscuros de la represión mantenida por Hassan II. Malika Ufkir, hija del general Ufkir, ministro de Interior de Hassan II que en 1974 lideró un golpe de Estado, escribió en “Prisionnière” las consecuencias de aquel golpe fallido: el asesinato del general y el encarcelamiento inmediato de su familia durante más de 20 años, en condiciones –según la autora– inhumanas. En sus primeras apariciones públicas como nuevo monarca de Marruecos, Mohamed VI puso de manifiesto su objetivo de continuar y profundizar en el proceso democrático que ya empezó Hassan II en los últimos meses de sus 38 años de reinado. De hecho, en su primer discurso ante las cámaras de televisión, aseguró que su papel en la política marroquí consistiría en asesorar y “si hacía falta arbitrar”, por lo que dio a entender que su protagonismo sería menor que el de su padre. Además, instó al primer ministro, el socialista Abderramán Yussuffi –que encarnaba la esperanza del cambio– a seguir con la transición que inició 16 meses antes y que estaba estancada debido a la resistencia de los inmovilistas que querían perpetuar el antiguo régimen. También mostró su preocupación por las capas pobres del país, por la deuda externa, por el nivel de paro (el 19% de la población activa), y un cierto interés, aunque tibio, por resolver los problemas de identificación de votantes en el referéndum del Sáhara, previsto para 1992 y aplazado este año por enésima vez. Buena parte de la culpa de las malas condiciones de los presos políticos la tenía, además de Hassan II, el ministro del Interior, Driss Basri, el hombre más temido del monarca, conocido por las técnicas represivas con que aplastaba cualquier intento de revuelta antimonárquica, islamista o prosaharaui. Sin embargo, Mohamed VI, en una decisión inesperada, le destituyó sin dar ninguna explicación oficial, con lo que ratificaba, de alguna manera, que su apuesta democrática iba a ser real. Del mismo modo, también despidió, entre otros, al director de prensa y de televisión estatales. Fueron unas decisiones aplaudidas por saharuais, izquierdistas, islamistas y beréberes. Porque no sólo relevó a aquel que se encargaba de encarcelar, sino que además concedió medidas de indulgencia a los más de 46.000 presos que había repartidos por todo su territorio. En otro gesto de ... |