La conferencia intergubernamental de Niza pasará a la historia como la cumbre que abrió las puertas de la Unión Europea (UE) a los países del Este miembros del antiguo bloque comunista. El Consejo Europeo (reunión de los Jefes de Estado y de Gobierno de los Quince) aprobó la reforma institucional que permite la ampliación de la UE en doce países –Polonia, Rumanía, República Checa, Hungría, Bulgaria, Eslovaquia, Lituania, Letonia, Eslovenia, Estonia, Chipre y Malta–. Fueron cinco días de frenéticas negociaciones, que culminaron la madrugada del 11 de diciembre con un acuerdo histórico sobre el nuevo reparto de poder en el seno de las instituciones comunitarias a partir del 2005, año en el que se prevé estén integrados los todavía candidatos al club europeo. Porque la imagen que proyectaron los estadistas del Viejo Continente respondió a una pugna multilateral, con el fin de conseguir mayores cuotas de decisión para cada país en el intrincado sistema ejecutivo y legislativo de la UE.
La ampliación a 27 estados requería una reponderación de los votos particulares en el Consejo de Ministros, a la sazón el órgano que discute y aprueba las leyes comunitarias. El futuro ingreso de nuevos países en la UE desequilibraba aún más la proporción entre los votos de que dispone cada Estado miembro y su volumen de población, hecho que perjudicaba a los países grandes –Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia–.
El final de la bicefalia
Tras una intensa noche de calculadoras, la citada proporción se ajustó al próximo escenario y la aritmética coronó al país llamado a liderar la nueva UE: Alemania. A pesar de mantener la paridad de votos –29– respecto a los otros grandes, Alemania sale beneficiada al serle reconocido su mayor peso demográfico –82 millones de habitantes tras la reunificación de 1990, un 17% del conjunto de la UE–, lo que le convierte en el país más autónomo a la hora de articular una alianza de veto en las votaciones del Consejo de Ministros. Una ...
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